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sábado, 18 de abril de 2015

CREER POR EXPERIENCIA PROPIA

LUCAS 24, 35-47
Ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Mientras hablaban de esto, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: - Paz con vosotros. Se asustaron y, despavoridos, pensaban ver un fantasma. Él les dijo: - ¿Por qué ese espanto y a qué vienen esas dudas? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y mirad; un fantasma no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como aún no acababan de creer de la alegría y no salían de su asombro, les dijo: - ¿Tenéis ahí algo de comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo cogió y comió delante de ellos. Después les dijo: - Esto significaban mis palabras cuando os dije, estando todavía con vosotros, que todo lo escrito en la Leyde Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran la Escritura. Y añadió: - Así estaba escrito: El Mesías padecerá, pero al tercer día resucitará de la muerte; y en su nombre se predicará la enmienda y el perdón de los pecados a todas las naciones.

CREER POR EXPERIENCIA PROPIA

No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que solo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.
Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.
Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: "Paz a vosotros"». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.
El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».
Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi solo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?
Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».
Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.
José Antonio Pagola

sábado, 11 de abril de 2015

VIVIR DE SU PRESENCIA

Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo: - Paz con vosotros. Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. Les dijo de nuevo: - Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros. Y dicho esto sopló y les dijo: - Recibid Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados. Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le decían: - Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: - Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo. Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: - Paz con vosotros. Luego dijo a Tomás: - Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Reaccionó Tomás diciendo: - ¡Señor mío y Dios mío! Le dijo Jesús: - ¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer. Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; estas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él.

VIVIR DE SU PRESENCIA

El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.
La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.
Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus discípulos y discípulas.
Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como habitada por esa presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado. No se contentan con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la Iglesia.
Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?
Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.
José Antonio Pagola

sábado, 4 de abril de 2015

!!!!RESUCITO¡¡¡¡¡

PASEMOS LA LUZ DEL RESUCITADO

El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada. Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el predilecto de Jesús, y les dijo: - Se han llevado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto. Salió entonces Pedro y también el otro discípulo y se dirigieron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo se adelantó, corriendo más de prisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Asomándose vio puestos los lienzos; sin embargo, no entró. Llegó también Simón Pedro siguiéndolo, entró en el sepulcro y contempló los lienzos puestos, y el sudario, que había cubierto su cabeza, no puesto con los lienzos, sino aparte, envolviendo determinado lugar. Entonces, al fin, entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Es que aún no habían entendido aquel pasaje donde se dice que tenía que resucitar de la muerte.

ID A GALILEA. ALLÍ LO VERÉIS

El relato evangélico que se lee en la noche pascual es de una importancia excepcional. No solo se anuncia la gran noticia de que el crucificado ha sido resucitado por Dios. Se nos indica, además, el camino que hemos de recorrer para verlo y encontrarnos con él.
Marcos habla de tres mujeres admirables que no pueden olvidar a Jesús. Son María de Magdala, María la de Santiago y Salomé. En sus corazones se ha despertado un proyecto absurdo que solo puede nacer de su amor apasionado: «comprar aromas para ir al sepulcro a embalsamar su cadáver».
Lo sorprendente es que, al llegar al sepulcro, observan que está abierto. Cuando se acercan más, ven a un «joven vestido de blanco» que las tranquiliza de su sobresalto y les anuncia algo que jamás hubieran sospechado.
«¿Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado?». Es un error buscarlo en el mundo de los muertos. «No está aquí». Jesús no es un difunto más. No es el momento de llorarlo y rendirle homenajes. «Ha resucitado». Está vivo para siempre. Nunca podrá ser encontrado en el mundo de lo muerto, lo extinguido, lo acabado.
Pero, si no está en el sepulcro, ¿dónde se le puede ver?, ¿dónde nos podemos encontrar con él? El joven les recuerda a las mujeres algo que ya les había dicho Jesús: «Él va delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis». Para «ver» al resucitado hay que volver a Galilea. ¿Por qué? ¿Para qué?
Al resucitado no se le puede «ver» sin hacer su propio recorrido. Para experimentarlo lleno de vida en medio de nosotros, hay que volver al punto de partida y hacer la experiencia de lo que ha sido esa vida que ha llevado a Jesús a la crucifixión y resurrección. Si no es así, la «Resurrección» será para nosotros una doctrina sublime, un dogma sagrado, pero no experimentaremos a Jesús vivo en nosotros.
Galilea ha sido el escenario principal de su actuación. Allí le han visto sus discípulos curar, perdonar, liberar, acoger, despertar en todos una esperanza nueva. Ahora sus seguidores hemos de hacer lo mismo. No estamos solos. El resucitado va delante de nosotros. Lo iremos viendo si caminamos tras sus pasos. Lo más decisivo para experimentar al «resucitado» no es el estudio de la teología ni la celebración litúrgica sino el seguimiento fiel a Jesús.

José Antonio Pagola
     
  
  


viernes, 3 de abril de 2015

VIERNES SANTO



-En la televisión nos acostumbramos a presenciar escenas tremendas de sufrimientos, de catástrofes sin inmutarnos ¡podemos llegar a hacernos insensibles! Jesús murió en la cruz: era un suplicio terrible, al que se sumaban las burlas de unos, la indiferencia de otros.
Seguir a Jesús nos lleva a elegir: ¿somos de los que hacemos sufrir a otros por nuestros gestos y palabras, nuestras burlas, nuestra grosería, nuestro egoísmo, nuestra cobardía?
¿Qué camino nos invita a seguir Jesús? 
Hoy muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él.

Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.

¡Dame, Señor dolor de amor! 
Seguirte, Señor, es emprender contigo el camino de la cruz.
Confiarse en Dios, abandonarse en él, ser fiel hasta en lo más difícil.
Seguirte, Señor, es aprender a caminar al lado de María la senda que nos marcaste.
Es descubrir que todo en la vida puede ser fuente de amor, aún los problemas y caídas, si sabemos mirarlo todo con ojos de esperanza.
Seguirte, Señor, es comenzar a dar la vida como Tú, para que otros vivan más y mejor.
Seguirte, Señor, es dejarse transformar para ser fieles a tu Palabra y vivir siguiendo tus pasos.
Señor, me pongo en tu presencia.
Aquí estoy para emprender contigo el camino que conduce al Reino.
Ayúdame a recorrerlo sirviendo y dando lo mejor de mi vida por los demás. Como Tú lo hiciste.
Que así sea, Señor de la Vida.
Señor, Jesús:
Hoy, Viernes Santo, en esta mañana santa,
miro tu cruz levantada en el monte.
En silencio adoro tu ofrenda al Padre.
Tus brazos extendidos abrazando a todos.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente ha quedado desfigurado.
Tu costado abierto ha regado la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Me amas sin lógica, sin medida, sin buscar nada a cambio.
Me amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miro y te veo humano, muy humano.
Tu humanidad me estremece.
Tu amor mezclado en ese misterio de iniquidad me deja sin palabra.
Y todo esto por amor a mí.








Ha quedado atrás el bullicio y el griterío de Domingo de Ramos. ¡Hosanna al Hijo de David!
Contemplamos al fondo la mesa que albergó el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección
Aún sienten el escalofrío de la traición y del beso del mal amigo, los olivos que fueron testigos de sueños, violencia y entregas mal pagadas.
Todavía se mantiene el ceño, de un Pedro asombrado por un Jesús excesivamente arrodillado.
Y ¿ahora? Ahora habla el silencio. Es la hora de la cruz. La cruz pregona el amor. Y, en la cruz, se desangra el Señor. En el horizonte ya no brillan las estrellas. Hasta el sol se resiste a iluminar: hoy, sobre la cruz, se alza el REY DE REYES. Ha subido por amor, por nuestro amor. 
¿Qué podemos hacer, Señor? Pregunta el hombre desde el llano. Miradme. Contempladme. Es el amor de Dios que, una y otra vez, se desparrama a favor de toda la humanidad. 
¿Qué podemos hacer, Señor? Pregunta el temeroso. El que huye del escándalo de la cruz. ¡Os lo advertí! Seguirme implica abrazar el madero, cargar con la cruz. Decir sí a Dios en todo momento. Incluso en los momentos en los que la fidelidad o la fe llevan al dolor.
¿Qué podemos hacer, Señor? Si yo he compartido con vosotros vuestra condición humana. ¡Compartid con Dios su condición divina! ¡No os alejéis de El! Para eso he venido. Por ello sufro y mi cuerpo se desangra: para traeros vida y en abundancia. La vida de Dios.
En Viernes Santo habla el silencio. Pocas palabras jamás dijeron y expresaron tanto. La confianza en el Padre puede más que la soledad o la duda. 
La cruz, en el Gólgota, puede sonar a fracaso aparente. Representa  todos aquellos esfuerzos que, desde distintos vértices, se realizan en nombre del Señor. Pero al final, sólo al final, se verá –veremos- el fruto de nuestras entregas; de nuestras oraciones; de nuestros silencios. Al final, sólo al final, comprenderemos el valor de tanta sangra derramada. De la fe que tributamos en vida a Dios. De la fidelidad de todos y cada uno de nosotros al Padre.
Porque, desde la cruz, habla el silencio….dejemos las palabras y acudamos al corazón para contemplar en él la grandeza de todos estos misterios.
Porque, desde la cruz, habla el amor….hablemos menos, y amemos más
Porque, desde la cruz, se nos da una Madre….que Ella nos ayude a ser fieles testigos de Cristo
Porque, desde la cruz, se nos perdona…que no desaprovechemos la oportunidad de acogernos a ese perdón
Porque, desde la cruz, se nos promete un Paraíso….que no pongamos nuestros ojos exclusivamente en el mundo
Porque, desde la cruz, el HOMBRE se desangra….que no permitamos más injusticias ni violencia
Porque, desde la cruz, Dios nos da lo más grande….que nada se interponga entre nosotros y Jesús
Posted: 31 Mar 2015 02:35 PM PDT

El Viernes Santo es el día de pasión y muerte del Señor y del ayuno pascual como signo exterior de nuestra participación en su sacrificio
Este día no hay celebración eucarística, pero tenemos la acción litúrgico después de medio día para conmemorar la pasión y la muerte de Cristo. Cristo nos aparece como el Siervo de Dios anunciado por los profetas, el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos.
La cruz es el elemento que domina toda la celebración iluminada por la luz de la resurrección, nos aparece como trono de gloria e instrumento de victoria; por esto es presentada a la adoración de los fieles.
El Viernes Santo no es día de llanto ni de luto, sino de amorosa y gozosa contemplación del sacrificio redentor del que brotó la salvación. Cristo no es un vencido sino un vencedor, un sacerdote que consuma su ofrenda, que libera y reconcilia, por eso nuestra alegría.

Meditación del Viernes Santo
Jesucristo, que viendo tu ejemplo de dinamismo, entusiasmo y deseos de cambiar el mundo, no me quede con los brazos cruzados, sino que siga tu ejemplo y me lance con intrepidez a hacerte reinar en los corazones de mis hermanos los hombres.

Puntos a Meditar:

1. Cristo, hombre posesionado por la misión
Cristo se presenta como un hombre entregado a la realización del plan del Padre: salvar al hombre. Toda su vida está polarizada en torno a la misión. En el campo de las relaciones humanas todo lleva una intencionalidad, no hay lugar en Él para una amistad neutra, sabe orientar todo hacia el anuncio del Reino de Dios. Así, cuando algunos discípulos de Juan Bautista quieren saber quien es Él, que hace, donde vive, les invita a acompañarle; después de la conversación, éstos jóvenes inquietos han sido ganados para la causa del Reino. Cuando entabla conversación con la mujer de Samaria (Jn 4, 4 ss) como sabe llegar con finura psicológica y con habilidad pedagógica hacia una realidad trascendente, hacia el terreno de su misterio personal y de su misión.

2. El alimento de Cristo
Necesitamos, como Cristo, no tener otro alimento que la voluntad del Padre. Alimentar nuestra psicología, criteriología, nuestro mundo afectivo y sentimental, nuestra voluntad con la riqueza, el esplendor y la enjundia del Plan de Dios.

A Cristo todas las realidades materiales le hablan de Dios, todo es oportunidad para anunciar el mensaje de Dios...

3. Cristo un hombre dinámico
En toda la vida de Cristo, en su persona y en su psicología, una fuerte tensión: no es un tipo apático, amorfo, flemático, comodón, instalado, sino un hombre que mira hacia el horizonte del mundo, escruta los signos de los tiempos, lucha y se esfuerza con ímpetu por llevar al cabo la tarea encomendada. Es un hombre dinámico, impaciente, si podemos hablar así, por la misión : " Yo he venido a echar fuego sobre la tierra. ¿ Y qué he de querer sino que encienda?" Tengo que recibir un bautismo, ¡ y como me consumo hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer la paz a la tierra? No he venido a traer la paz, sino la espada." (Lc 12, 49-51).

miércoles, 1 de abril de 2015

JUEVES SANTO

-Decididamente Jesús no deja de sorprendernos. Cuesta a veces entender algunos de sus gestos. Sobre todo cuando hoy estos gestos no quieren decir exactamente lo mismo. Parece un enigma. De hecho, para descubrir su sentido, basta decir que Jesús no obra sino por amor.
¡Y así no le falla nunca! Mírale, se pone de rodillas, Él, el Señor. Quiere hacerse pequeño y servir, hacer un gesto de acogida lleno de humildad. Te imaginas cómo al caminar, en tiempos de Jesús, en seguida se manchaban los pies de polvo y sudor. Se comprende, pues, cuánto se agradecía un poco de agua en los pies al llegar.
Era un gesto de limpieza, pero también de acogida y delicadeza. Mira de nuevo a Jesús nos muestra una forma concreta de ponerse al servicio de los hermanos. 


Te veo, Jesús, realizar 
gestos de ternura y de servicio.
Te contemplo y aprendo 
a servir a Dios 
y a servir a los hombres.

Te escucho, Jesús:
te vuelves al Padre, 
después bendices el pan y el vino 
y lo compartes con los hombres.

Te escucho y deseo 
convertirme yo también 
en pan y vino para  los demás.

Tengo hambre, Jesús, 
de conocerte mejor, 
de rezar mejor, 
de unirme más a ti.