-En la televisión nos acostumbramos a presenciar escenas tremendas de sufrimientos, de catástrofes sin inmutarnos ¡podemos llegar a hacernos insensibles! Jesús murió en la cruz: era un suplicio terrible, al que se sumaban las burlas de unos, la indiferencia de otros.
Seguir a Jesús nos lleva a elegir: ¿somos de los que hacemos sufrir a otros por nuestros gestos y palabras, nuestras burlas, nuestra grosería, nuestro egoísmo, nuestra cobardía?
¿Qué camino nos invita a seguir Jesús?
Hoy muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó. Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús. Antes, ordenó que le azotaran. La Virgen está delante mientras le abren la piel a pedazos con el látigo. Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él.
Jesús recorre Jerusalén con la Cruz. Al subir al Calvado se encuentra con su Madre. Simón le ayuda a llevar la Cruz. Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron. Nos dio a su Madre como Madre nuestra y hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre. Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza. Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan, y dejan el Cuerpo en manos de su Madre. Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.
¡Dame, Señor dolor de amor!
Seguirte, Señor, es emprender contigo el camino de la cruz.
Confiarse en Dios, abandonarse en él, ser fiel hasta en lo más difícil.
Seguirte, Señor, es aprender a caminar al lado de María la senda que nos marcaste.
Es descubrir que todo en la vida puede ser fuente de amor, aún los problemas y caídas, si sabemos mirarlo todo con ojos de esperanza.
Seguirte, Señor, es comenzar a dar la vida como Tú, para que otros vivan más y mejor.
Seguirte, Señor, es dejarse transformar para ser fieles a tu Palabra y vivir siguiendo tus pasos.
Señor, me pongo en tu presencia.
Aquí estoy para emprender contigo el camino que conduce al Reino.
Ayúdame a recorrerlo sirviendo y dando lo mejor de mi vida por los demás. Como Tú lo hiciste.
Que así sea, Señor de la Vida.
Señor, Jesús:
Hoy, Viernes Santo, en esta mañana santa,
miro tu cruz levantada en el monte.
En silencio adoro tu ofrenda al Padre.
Tus brazos extendidos abrazando a todos.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente ha quedado desfigurado.
Tu costado abierto ha regado la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Me amas sin lógica, sin medida, sin buscar nada a cambio.
Me amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miro y te veo humano, muy humano.
Tu humanidad me estremece.
Tu amor mezclado en ese misterio de iniquidad me deja sin palabra.
Y todo esto por amor a mí.
Hoy, Viernes Santo, en esta mañana santa,
miro tu cruz levantada en el monte.
En silencio adoro tu ofrenda al Padre.
Tus brazos extendidos abrazando a todos.
Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre.
Tu rostro de Siervo sufriente ha quedado desfigurado.
Tu costado abierto ha regado la tierra con sangre y agua.
Lo has dado todo y te has quedado abierto, pobre y pequeño.
Me amas sin lógica, sin medida, sin buscar nada a cambio.
Me amas porque lo tuyo es amor fiel.
Te miro y te veo humano, muy humano.
Tu humanidad me estremece.
Tu amor mezclado en ese misterio de iniquidad me deja sin palabra.
Y todo esto por amor a mí.
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