Canto: La muerte no es el final
Tú nos dijiste que la muerte no es el final del camino,
que aunque morimos no somos, carne de un ciego destino.
Tú nos hiciste, tuyos somos, nuestro destino es vivir,
siendo felices contigo, sin padecer ni morir.
Cuando la pena nos alcanza por un hermano perdido.
Cuando el adiós dolorido busca en la Fe su esperanza.
En Tu palabra confiamos con la certeza que
Tú
ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la luz.
Ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la Luz.
Ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la Luz.
Ya le has llevado a la Luz.
Buenas noches Comunidades de Covadonga y Campuzano
Dios, nosotros y el covid19
Afortunadamente,
junto a los terroríficos y casi morbosos noticiarios televisivos sobre la
pandemia, aparecen otras voces alternativas, positivas y esperanzadoras.
Algunos
recurren a la historia para recordarnos que la humanidad ha pasado y superado
otros momentos de pestes y pandemias, como las de la Edad media y la de 1918,
después de la primera guerra mundial. Otros se asombran de la postura unitaria
europea contra el virus, cuando hasta ahora discrepaban sobre el cambio
climático, los inmigrantes y el armamentismo, seguramente porque esta pandemia
rompe fronteras y afecta a los intereses de los poderosos. Ahora a los europeos
les toca sufrir algo de lo que padecen los refugiados e inmigrantes que no
pueden cruzar fronteras.
Hay
humanistas que señalan que esta crisis es una especie de “cuaresma secular” que
nos concentra en los valores esenciales, como la vida, el amor y la
solidaridad, y nos obliga a relativizar muchas cosas que hasta ahora creíamos
indispensables e intocables. De repente, baja la contaminación atmosférica y el
frenético ritmo de vida consumista que hasta ahora no queríamos cambiar.
Ha
caído nuestro orgullo occidental de ser omnipotentes protagonistas del mundo
moderno, señores de la ciencia y del progreso. En plena cuarentena doméstica y
sin poder salir a la calle, comenzamos a valorar la realidad de la vida
familiar. Nos sentimos más interdependientes, todos dependemos de todos, todos
somos vulnerables, necesitamos unos de otros, estamos interconectados
globalmente, para el bien y el mal.
También
surgen reflexiones sobre el problema del mal, el sentido de la vida y la
realidad de la muerte, un tema hoy tabú. La novela La peste de Albert Camus de
1947 se ha convertido en un best seller. No solo es una crónica de la peste,
sino una parábola del sufrimiento humano, del mal físico y moral del mundo, de
la necesidad de ternura y solidaridad.
Los
creyentes de tradición judeo-cristiana nos preguntamos por el silencio de Dios
ante esta epidemia. ¿Por qué Dios lo permite y calla? ¿Es un castigo? ¿Hay que
pedirle milagros? ¿Hemos de devolver a Dios el billete de la vida, al ver el
sufrimiento de los inocentes? ¿Dónde está Dios?
No
estamos ante un enigma, sino ante un misterio, un misterio de fe que nos hace
creer y confiar en un Dios Padre-Madre creador, que no castiga, que es bueno y
misericordioso, que está siempre con nosotros, es el Emanuel; creemos y
confiamos en Jesús de Nazaret que viene a darnos vida en abundancia y se
compadece de los que sufren; creemos y confiamos en un Espíritu vivificante,
Señor y dador de vida. Y esta fe no es una conquista, es un don del Espíritu
del Señor, que nos llega a través de la Palabra en la comunidad eclesial.
Todo
esto no impide que, como Job, nos quejemos y querellemos ante Dios al ver tanto
sufrimiento, ni impide que como el Eclesiastés constatemos la brevedad, levedad
y vanidad de la vida. Pero no hemos de pedir milagros a un Dios que respeta la
creación y nuestra libertad, quiere que nosotros colaboremos en la realización de
este mundo limitado y finito. Jesús no nos resuelve teóricamente el problema
del mal y del sufrimiento, sino que a través de sus llagas de
crucificado-resucitado nos abre al horizonte nuevo de su pasión y resurrección;
Jesús con su identificación con los pobres y los que sufren, ilumina nuestra
vida; y con el don del Espíritu nos da fuerza y consuelo en los estos momentos
difíciles de sufrimiento y pasión.
¿Dónde
está Dios?... Está en las víctimas de esta pandemia, está en los médicos y
sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas
antivirus, está en todos los que en estos días colaboran y ayudan para
solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que
difunden esperanza. En definitiva, en los que tratan de dar y regenerar vida;
es decir hacer presente a Jesús entre
nosotros.
Quizás
nuestra pandemia nos ayude a encontrar a Dios donde no lo esperábamos.
LECTURA
En aquel
tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu
amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la
muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea
glorificado por ella».
Jesús amaba a
Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se
quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
«Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús
llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Cuando Marta se
enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en
casa.
Y dijo Marta a
Jesús:«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún
ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta
respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día».
Jesús le dice:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le
contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que
tenía que venir al mundo».
Jesús sollozó
y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron:
«Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a
llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno
que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera
éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta
con una losa.
Dice Jesús:
«Quitad la losa».
Marta, la
hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días».
Jesús le dice:
«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces
quitaron la losa.
Jesús,
levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado;
yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para
que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto,
gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera».
El muerto
salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un
sudario.
Jesús les dijo:
«Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos
que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en
él.
Juan 11, 1-45
SALMO 90 A la sombra del Omnipotente
SALMO 90 A la sombra del Omnipotente
Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del
Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar
mío.
Dios mío, confío en ti.»
Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su brazo es escudo y armadura.
No temerás el espanto nocturno,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que se desliza en las
tinieblas,
ni la epidemia que devasta a
mediodía.
Caerán a tu izquierda mil,
diez mil a tu derecha;
a ti no te alcanzará.
Tan sólo abre tus ojos
y verás la paga de los malvados,
porque hiciste del Señor tu refugio,
tomaste al Altísimo por defensa.
No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en tus caminos;
te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la
piedra;
caminarás sobre áspides y víboras,
pisotearás leones y dragones.
«Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi
nombre,
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré;
lo saciaré de largos días,
y le haré ver mi salvación.»
Gracias a la vida por Alberto Cortéz
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio dos luceros que, cuando los abro,
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el oído que, en todo su ancho,
graba noche y día grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos,
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro:
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos,
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su marco
cuando miro el fruto del cerebro humano;
cuando miro el bueno tan lejos del malo,
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto,
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto.
INTERROGANTES
Las dificultades que encontramos en la vida, los problemas que tenemos, el
ritmo de las vivencias que tenemos a niveles familiar, social, laboral y
económico nos someten a situaciones estresantes, parece que se nos cierran las
salidas, que se nos acaban las herramientas para salir adelante. «He venido a
este mundo a iniciar una crisis; los que no ven, verán, y los que ven, van a
quedar ciegos”. Él es nuestra Luz
¿Seguimos a Jesús para que ilumine nuestro caminar, aun a sabiendas que no
siempre resulta fácil?
Aceptar la Luz que Él nos ofrece lleva consigo reflejarla
para que los demás se sirvan de ella; ¿qué estoy dispuesto a poner en mí para
ser Luz para mis hermanos en estos días de crisis?
¿Estoy siendo testimonio de Transparencia,
aceptando en favor del bien común, las normas que se nos imponen de aislamiento?
¿Me impongo la obligación de llamar por teléfono algunas de las personas de
nuestra comunidad que se alegrarían de recibirla?
PETICIONES AL
PADRE
Pedimos a Dios por aquellos hermanos nuestros que necesitan de su presencia,
y fortaleza, de nuestro apoyo y ayuda.
PADRE NUESTRO
ORACIÓN FINAL
Danos Señor tu luz,
para mirar la vida
con ojos de Evangelio.
Ayúdanos a confiar en tí,
con todo nuestro corazón,
para aprender a poner
en tus manos,
toda nuestra existencia.
Necesitamos cambiar y volver a Ti.
Queremos vivir la conversión
y fortalecer nuestra fe.
Quita la venda de nuestros ojos
que nos impide descubrir a los demás
como hermanos.
Quita la venda de nuestro corazón
que nos impide sentir y vivir
movidos por tus enseñanzas.
Aclara nuestra mirada, danos tu luz,
cambia la ceguera de nuestros pecados,
para creer y vivir como discípulos.
Amén.
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