DEFENSOR
DE LAS PROSTITUTAS
Jesús
se encuentra en casa de Simón, un fariseo que lo ha invitado a comer.
Inesperadamente, una mujer interrumpe el banquete. Los invitados la reconocen
enseguida. Es una prostituta de la aldea. Su presencia crea malestar y expectación.
¿Cómo reaccionará Jesús? ¿La expulsará para que no contamine a los invitados?
La
mujer no dice nada. Está acostumbrada a ser despreciada, sobre todo, en los
ambientes fariseos. Directamente se dirige hacia Jesús, se echa a sus pies y
rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle su acogida: cubre sus pies de besos,
los unge con un perfume que trae consigo y se los seca con su cabellera.
La
reacción del fariseo no se hace esperar. No puede disimular su desprecio: “Si
este fuera profeta, sabría quién es esta mujer y lo que es: una pecadora”.
El no es tan ingenuo como Jesús. Sabe muy bien que esta mujer es una
prostituta, indigna de tocar a Jesús. Habría que apartarla de él.
Pero
Jesús no la expulsa ni la rechaza. Al contrario, la acoge con respeto y ternura.
Descubre en sus gestos un amor limpio y una fe agradecida. Delante de todos,
habla con ella para defender su dignidad y revelarle cómo la ama Dios: “Tus
pecados están perdonados”. Luego, mientras los invitados se
escandalizan, la reafirma en su fe y le desea una vida nueva: “Tu fe te ha
salvado. Vete en paz”. Dios estará siempre con ella.
Hace
unos meses, me llamaron a tomar parte en un Encuentro Pastoral muy particular.
Estaba entre nosotros un grupo de prostitutas. Pude hablar despacio con ellas.
Nunca las podré olvidar. A lo largo de tres días pudimos escuchar su
impotencia, sus miedos, su soledad... Por vez primera comprendí por qué Jesús
las quería tanto. Entendí también sus palabras a los dirigentes religiosos: “Os
aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el
reino de los cielos”.
Estas
mujeres engañadas y esclavizadas, sometidas a toda clase de abusos,
aterrorizadas para mantenerlas aisladas, muchas sin apenas protección ni
seguridad alguna, son las víctimas invisibles de un mundo cruel e inhumano,
silenciado en buena parte por la sociedad y olvidado prácticamente por la
Iglesia.
Los
seguidores de Jesús no podemos vivir de espaldas al sufrimiento de estas
mujeres. Nuestras Iglesias diocesanas no pueden abandonarlas a su triste
destino. Hemos de levantar la voz para despertar la conciencia de la sociedad.
Hemos de apoyar mucho más a quienes luchan por sus derechos y su dignidad.
Jesús que las amó tanto sería también hoy el primero en defenderlas.
José
Antonio Pagola
Red Evangelizadora BUENAS
NOTICIAS
Contribuye a
defender a las mujeres
más indefensas.
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16 de junio de 2013
11 Tiempo ordinario (C)
Lucas 7,36-8,3
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