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lunes, 31 de octubre de 2011

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

UNIDOS EN COMUNIÓN


Según la célebre observación del escritor irlandés Edmund Burke (1729-1797), la sociedad no es sólo una comunidad entre los vivos, sino una comunidad entre los vivos, los muertos y los que habrán de venir. Este lazo tácito entre generaciones, raramente explicitado, se vive, por ejemplo en la celebración de las fiestas del pueblo, en la preocupación ecológica por el mar y el paisaje, o en la reconstrucción de una antigua ermita en ruinas. También cuando abuelos, recién estrenados, dialogan en la catequesis con niños que bien podrían ser sus nietos.

En la novela Obabakoak de Bernardo Atxaga, hay una escena conmovedora a este respecto. Esteban Werfell. Un muchacho de 14 años de familia netamente anticlerical, llevado por sus amigos, entra por vez primera en una iglesia. Un sitio muy oscuro donde arde una gran vela solitaria. El cura que acoge al joven. Le explica: “La llama de esa vela no se apaga nunca, Esteban. Cuando nos toca encender una nueva, siempre lo hacemos con el último fuego de la anterior. Piensa en lo que significa eso. Significa, que esa luz que nosotros estamos viendo ahora es la misma que vieron nuestros abuelos, y también los abuelos de nuestros abuelos, es la misma luz que contemplaron todos nuestro antepasados. Desde hace cientos de años, esta casa nos une a todos, a los que vivimos ahora y a los que vivieron antes. Eso es la Iglesia, Esteban, una comunidad por encima del tiempo”.

Esta cadena cordial, este abrazo entre generaciones, también lo vivimos en la liturgia, sobre todo cuando viene acompañada por los armónicos emocionales de la piedad popular, como sucede en estos dos últimos mese del año. Noviembre, más allá del ajetreo mercantil de las flores y los cirios, nos pone en comunión con nuestros seres queridos, difuntos pero vivos en el Señor. Nosotros rogamos por ellos, y ellos ruegan por nosotros: “Cuando oramos por ellos: Señor, dales el descanso eterno y que la luz eterna brille para ellos, nuestra plegaria no es mas que la resonancia de la palabra de amor, que los mismos muertos en el silencio de su eternidad pronuncian por nosotros” (K. Rahner).

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