Cravatte, se refugió en la montaña. Ocultose algún tiempo con sus bandidos, penetró una noche en la catedral y robó la sacristía. Sus latrocinios desolaban el país. Lanzose en su persecución la gendarmería, pero en vano: se escapaba siempre; y algunas veces resistía a viva fuerza. Era un audaz miserable.
En medio del temor que suscitaba llegó el obispo, que iba a hacer su visita al Chastelar. El alcalde salió a recibirle y le suplicó que se volviese: Cravatte era dueño de la montaña hasta el Arche, y aun más allá; había peligro en andar por allí aun con escolta; era exponer inútilmente tres o cuatro gendarmes. -LEER MÁS-
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